Contra un mundo Wall-e
by Manuela Moore Rueda @manumoore
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Más allá de las fallas de Fospuca y demás instituciones del desperdicio, siempre hay algún inteligente que decide que es más fácil lanzar el chicle por la ventana del carro o la botella de cerveza o la lata de refresco; el que piensa que las aceras siempre serán barridas por alguien y las ensucia sin preocuparse demasiado. Hablemos claro –malandreado y todo–: la humanidad es cochina; una cochinada, podríamos decir. Hemos olvidado que también somos parte de la naturaleza, que el mundo no es nuestro: que apenas somos una pequeña fracción de él. La Tierra ya estaba allí –en la nada y en el todo– antes de que nosotros pensáramos existir y de que aparecieran las religiones o la teoría de la evolución; pero, con toda la buena fe, nos tendió un dedo y ¡zaz!: nos agarramos hasta la cabeza.
Pretendo, sermoneados lectores, garantizarle un planeta limpio –o al menos uno menos sucio– a nuestro futuro; alargar la vida hasta que el Sol lo permita, reivindicarnos con el mundo luchando para no hacer realidad la muy verosímil ficción de Wall-e. Mi idea de un lugar paradisiaco no coincide con un planeta cuya fauna y flora se limite únicamente a rascacielos de basura e inmortales cucarachas.
La contaminación y el calentamiento global no son mitos, inventos de NatGeo y Discovery Channel o cosas del futuro: están ocurriendo en este mismo instante y lo peor es que cada uno de nosotros –más allá de las grandes industrias estadounidenses, chinas e hindúes– somos responsables.
Papeles: un año en biodegradarse; chicles: cinco años; latas de bebidas y vasos desechables: diez; envases Tetra-brik, lacas, espumas y chapas: treinta; yesqueros: cien; botellas y corchos de plástico: de cien a más de mil años; bolsas de plástico: ciento cincuenta; zapatos: doscientos; muñecos articulados de plástico: trescientos; pilas: más de mil; y botellas de vidrio: cuatro mil años.
¿Imaginan cómo sería que toda la gente que conocen muriera? Parece una pregunta retorcida, pero eso es lo que le está pasando a una gran cantidad de animales y plantas en este mismo instante y, recordemos, nosotros somos un animal más. Lectores, ¿se dan cuenta de la responsabilidad que cargamos en nuestras espaldas? Si no quieren ser culpables –o al menos no tan culpables– de la desgracia de sus descendientes solo deben seguir los consejos de abajo; bien dice el dicho que “el que no oye consejos no llega a viejo”.
Eviten el mundo Wall-e
No boten basura en la calle: acumúlenla en su bolso o en su carro. Abonen sus matas con los residuos orgánicos. Separen los desechos en papeles, latas, plásticos y vidrios. Usen su celular lo más que puedan y donen los equipos eléctricos que ya no quieran usar. Apaguen la luz cuando no la necesiten. No utilicen el ascensor: vayan por las escaleras. Usen bombillos de bajo consumo. Apaguen completamente los aparatos cuando no los utilicen, incluso apaguen la regleta. Desenchufen los cargadores. Cocinen con hervidores eléctricos y ollas a presión. No dejen la plancha encendida. Tiendan la ropa: no usen la secadora. Ajusten el aire acondicionado a 25°C o más, vístanse según la temperatura. Laven ropa con agua fría y a carga completa. Compren ropa que no necesite ser planchada. Díganle no al baño y sí a la ducha rápida. Verifiquen que no haya fugas de agua. Traten de usar vinagre, limón, soda y jabón común en lugar de productos de limpieza. Sustituyan las bolsas de plástico por bolsas recicladas, bolsos o carritos de compras. Eviten usar el carro –así harán ejercicio y usarán el transporte público– y, cuando lo usen, denle la cola a la mayor cantidad de gente posible. Compren productos locales y coman verduras; eviten comer carne. Tengan matas que sean del lugar en donde viven, necesitarán menos agua. No tomen agua embotellada. Jamás echen aceite en el fregadero, bótenlo en la papelera. Reutilicen lo más posible los envases y demás recipientes. Si tienen jardín no usen pesticidas, pongan pajareras. Inviertan en productos más duraderos; compren cosas recicladas y de segunda mano. Pidan prestados libros y herramientas en lugar de comprarlos. Opten por monitores para computadoras y televisores de pantalla plana LCD, consumen menos energía. Utilicen pinturas ecológicas y no usen aerosoles.
Y si aun sabiendo cómo ayudar a la casa de la humanidad no les nace hacerlo, vean el documental The inconvenient truth del excandidato presidencial estadounidense Al Gore, que muestra muy bien el terrible y cercano futuro que tendremos si no hacemos algo desde ya, prendiendo hasta el más insensible motor ecológico.
Si no ayudamos al mundo –y así a nosotros mismos– terminaremos haciendo una vez más realidad de la ficción –como tantas veces a ocurrido con novelas de autores como Julio Verne–; viviendo en el mundo de Wall·e, inundados de basura y sin una sola planta en toda la faz de la tierra.
Artículo publicado en agosto de 2009 por Revista Ojo.
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