Ella fue niño
by Manuela Moore Rueda @manumoore
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Cabello negro, largo y brillante; piel blanca, pálida, pero no lechosa; risa fácil, aguda y contagiosa; manos delicadas y brazos delgados; una boca que más parece una flor o una fruta tentadora; una nariz delgada, fina, nada protuberante; senos naturales, pequeños y de pezones rosados; trasero redondo, muy redondo, de esos que uno ve y le provoca pellizcar, o nalguear con picardía; y un pene nada chiquito, pero tampoco bestial. Todo eso tiene Francis –gracias a la madre naturaleza y a sus amigas las hormonas–, todo eso y mucho más.
En medio de un mundo segmentado en submundos que se rechazan entre sí, donde lo normal es el estereotipo y el uso de etiquetas; donde eres emo, testigo de Jehova, sifrino, hippie o judío, conseguimos dos entes que tienen ciertas relaciones entre sí: los GLBT –Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales– y los artistas.
Para qué negarlo, el arte y la diversidad sexual han sido amigos desde épocas ancestrales –si no pregúntenle a Platón, a Leonardo Da Vinci, al mártir García Lorca y a su amante Salvador Dalí, a Pedro Lemebel o a Esdras Parra–. Sí, el arte y la diversidad han sido novios, amigos, amantes; claro, el primero siempre siendo promiscuo, como un dios del Olimpo que abre sus brazos –y piernas– a todos sin ningún tipo de prejuicios, ya sea caballo, humano o espuma de mar: todos tienen espacio en el arte –o más bien el arte tiene un espacio en todos–.
Asimismo, dentro de sus tesoros, están los transexuales. Claro, de una vez la palabrita hace las veces de interruptor y trae a nuestras mentes un arsenal de individuos excéntricos de trajes insinuantes y lentejuelas infaltables, habitantes nocturnos de la Avenida Libertador. Pero lo que el prejuicio no quiere saber es que existen también transexuales que llevan una vida alejada de la prostitución y se entremezclan dentro de la poblada Caracas sin llamar la atención. Dentro de ese grupo está Francis. Ese es el nombre que escogió, quitándole el “co” final a su ex-nombre.
“Hace tiempo, un amigo, influenciado por mi mamá, me dijo que mi problema era psicológico, que hiciera un ejercicio quitándome la ropa lentamente frente a un espejo grande, fijándome en cada parte de mi cuerpo, para que me diera cuenta de que no tenía nada femenino. Cuando me quité la camisa vi que tenía brazos delgados y manos finas, y pensé que tenía que hacer ejercicio para ponerme más grueso; luego me quité el pantalón y vi que tenía cintura, piernas finas y genitales masculinos. Ahí me di cuenta de que eso era lo único masculino que tenía”.
Y eso sigue ahí a falta de unas cuantas decenas de miles de bolívares actuales para un pasaje a Tailandia, y el pago de la que para muchos entendidos del mundo trans es la mejor vaginoplastia del mundo.
“Nunca me sentí en un cuerpo equivocado sino con genitales equivocados”, dice Francis con total naturalidad, y no es difícil creerle cuando todo a simple vista se ve femenino. Por supuesto, el look que tiene hoy en día se debe, en parte, a un tratamiento continuo de estrógenos y progestágenos. Gracias a la magia hormonal le crecieron –sí, sí, le crecieron– senos; eliminó en gran parte su vello corporal; el cabello se le fortaleció; su cuerpo empezó a acumular grasa en la cara y en los glúteos y los rollos fueron bajando progresivamente de su cintura a su cadera.
Para asombro de muchos, tiene una sola cirugía encima: le sacaron el ojo izquierdo debido a una toxoplasmosis. Pero la verdad no parece afectarle. Es coqueta y, aunque no siempre se maquilla, se preocupa por imponer la moda; innumerables veces se ha pintado el cabello, se ha vestido como una rockera gótica sadomasoquista y se ha hecho una barbaridad de sesiones de auto-fotos con esa maravilla moderna llamada webcam.
Durante su vida, ha sido muchas veces tratada como mujer, no es para nada sobreactuada e incluso sin maquillaje y sin ropa ajustada se ve muy femenina. “De niña siempre me decían que el baño de las mujeres era al lado, así que un día empecé a entrar; ahí nadie me trataba distinto, pero si alguna vez alguien decía que el baño de hombres era el otro no me importaba”.
Nunca quiso tener novia, únicamente le gustaban los chicos. Su primer beso se lo dio una puberta a los doce años; estaba enamorada de él. Lo besó y él vomitó al instante. Después de eso no volvió a atraer al sexo femenino; bueno, al menos hasta antes de convertirse en transexual, luego las lesbianas la rondaban como moscas; en ese momento se dio cuenta de que las discos de ambiente no eran lugar para transexuales como ella. “De hecho, conocí a una lesbiana que se enteró de que yo era transexual y dijo: ‘No importa, tienes lo mejor de ambos mundos’. Y yo me dije: ‘¡¡¡No!!! ¡Qué horrible! (…) ¡¡Yo no soy lesbiana!!’”. La atracción no deseada de las otras mujeres hacia ella, aunada a su desdén por la rumba, hacen que ya no frecuente las discos Triskel, Cool Café y Revolution.
Pero gracias a una de esas discos fue que, hace aproximadamente cinco años, conoció a Rummie Quintero, directora de Diva´s de Venezuela. Fue por ella que se enteró de un taller de fotografía que la Fundación Arte Emergente decidió hacer con chicas trans y que iba a ser dictado por el fotógrafo Nelson Garrido. Nelson –entusiasmado con la idea de enseñarle a transexuales, pero con la incómoda sensación de exclusión– decidió que era mejor y más interesante integrarlas –absolutamente becadas– de una vez en el taller básico 1 que hace para todo el mundo. Esa beca absoluta incluía darles cámaras de la Organización Nelson Garrido –ONG–, lo malo es que la cámara que le tocó a Francis estaba “esperoladita”: tenía entradas de luz, así que de los primeros cuatro rollos solo pudo salvar dos fotos. Y, a pesar de eso, recuerda con entusiasmo: “Me pareció mágico poder congelar una imagen en una película y después poderla copiar”. Para lograr tomar fotos, la cámara fue recubierta con teipe por todos lados hasta que pudo mandarla a arreglar.
Luego fue contratada como profesora de práctica de iluminación y laboratorio y fue convirtiéndose progresivamente en mucho más. Hoy vive, literalmente, en la ONG. Atiende el teléfono a tiempo completo, hace diligencias en el banco, abre la puerta, es la asistente de Nelson Garrido, da clases y ayuda en todo lo que sea necesario. En fin, es la viva estampa del utility.
Y aunque dar clase no es su fuerte –“siento que soy una chama dándoles clase a otros chamos”–, tomando fotos no se siente incomoda. Descubrió en la fotografía una forma de expresión, de catarsis que, como arte que es, le abrió los brazos como a un buen amante. Así, juntos –el arte y Francis–, hicieron, entre muchas otras, la muestra Homenaje a los grandes maestros, donde la readaptación de fotografías con semen es la regla.
Y de ese modo, sintiéndose chama, vive, como ella dice, con la edad de Cristo y, como alguien agrega, con la cruz a cuestas: ese titán llamado sociedad y familia. Sí, el trato con su familia es diplomático; a excepción de su mamá, que aun la llama Francisco.
Francis dice que su mamá es un transexual masculino: con su pelo ultra corto, sus franelas grandes, sus pantalones anchos, sus zapatos unisex y su piel siempre libre de maquillaje. Sus hermanos –“somos cinco, yo soy la única hembra”– son, como ella misma dice, unos machistas. “El machismo es lo peor que puede haber. Creo que el machismo es la raíz de muchas cosas, de que la homosexualidad y sus derivados no sean aceptados y de que la mujer sea maltratada. Y lo peor es que el machismo está arraigado en el matriarcado, porque es la madre soltera la que cría al hijo y lo enseña a ser machista: que tiene que ser el que lleve todo hacia adelante, el que tenga muchas mujeres porque si no no es macho”. Sonríe y luego dice: “A mi mamá le falló la fórmula conmigo”.
Vivió una infancia que, en los primeros años, estuvo marcada por el nomadismo; de una ciudad a otra después de unos cuantos meses: Caracas, San Cristóbal, Mérida y La Guaira. Y, mientras todo eso ocurría, desde el primer momento, ella recuerda haberse sentido niña. “No me gustaban los juegos de niños”.
Envidiaba a las niñas que tenían Barbies, y quizás por eso cometió su único delito. ¿Delito? “Robarme una Barbie, la primera que tuve. Era una Barbie negra, nunca había visto una así. Mi mamá me llevó a casa de una amiga y la hija de la amiga tenía una colección: la piscina de la Barbie, todo de la Barbie… Y tenía una Barbie negrita a la que le había comido los brazos y los pies y a la que le había puesto un vestido de sirvienta, así que yo dije ‘ay, ¿puedo jugar contigo?’ y me dio fue esa muñeca y me sentí así como que denigrada; de hecho, la muchacha es morenita y me parecía insólito que todas sus Barbies fueran rubias y la única negra fuera la cachifa. Me imagino que era lo que veía en la televisión”.
A los dieciocho un amigo gay le dijo a su mamá que –el en ese momento Francisco– era gay, así que ella lo encaró y a él no le quedó más remedio que confesarlo; ella le dijo que no quería un hijo así y que si iba a seguir ese camino se fuera de la casa. “Y me fui de la casa”. Después de eso el amigo gay se sintió culpable y le dio techo; la madre fue en su búsqueda un año después y Francis volvió a vivir con ella, pero inmediatamente empezó a decirle que no se vistiera de tal manera, que no tuviera el cabello de tal otra, que no hablara de tal forma, así que decidió irse a vivir sola. Luego de mucho buscar, finalmente lo logró a los veintidós.
Admira a las chicas travestis de closet que sufren en silencio y se casan y tienen hijos porque eso es “lo correcto”. Su mamá la incitaba a llevar una vida heterosexual, pero ella no quería casarse con alguien para después decirle: “Mira: toda la vida fui un disfraz y esto es lo que realmente soy”.
En su cédula aparece el nombre Francisco Manuel Mora y resaltan las palabras “soltero” y “venezolano”. Cédula de identidad vs. identidad. Mostrar la cédula para un transexual conlleva el karma de explicar una y otra vez por qué su documento no parece de él. Para el trans es el fantasma de un pasado infeliz, el recuerdo permanente de no haber nacido con el sexo con el que se identifica.
“La mujer es la obra más perfecta que ha creado Dios, el hombre fue el boceto para crearla; me parece un ser muy perfecto porque, ¿sabes?, a pesar de necesitar de la ayuda del hombre para procrear, es quien durante nueve meses lleva una vida dentro de sí y es quien la ayuda a alimentarse y a vivir; y después de eso todavía es quien amamanta al bebé. O sea, me parece el ser más maravilloso; de hecho, a veces le pregunto a Dios por qué no me dio… esa virtud”.
El hecho es que, mujer o no, ha tenido ya dos parejas. La primera, durante seis años, era un bisexual indeciso al que un día le gustaban las mujeres, otro día los hombres y otro día los transexuales. “Era un perro”, dice sin problemas Francis, que cree que la bisexualidad es la no aceptación de la homosexualidad. La segunda pareja, con la que lleva ya ocho meses, es un heterosexual al que conoció por Internet y que, sin poder alejarse de ella, se enamoró sin importar su condición. “Cuando me vio por primera vez me besó y luego me dijo ‘¿quieres ser mi novia?’ y yo grité ‘¡¡¡SÍ!!!’”.
Es una apasionada. Con el primer novio empezó a vivir desde el día en que lo conoció; con el segundo, quizás por la experiencia, esperó un poco: dos semanas. Hay que tomar en cuenta que no tuvo ninguna relación con un chico hasta cumplir los veintiséis. Como a todas las niñas, le encantan las historias de princesas y príncipes azules. Además, tiene una deuda con ese niño que alguna vez fue, ese que ansiaba ponerse vestidos de corte princesa. “Cada vez que hay un evento aprovecho y me compro uno así; (suelta una risa aguda) tengo uno verde igualito al de la princesa Fiona en Shrek”.
Sus primeras experiencias sexuales fueron traumáticas. Su ex-novio –que estuvo con ella por seis años– pensaba que no era su primera vez. Después de eso, en un año, como mucho, lo hacían dos veces. Hoy en día su vida sexual es normal gracias a Andry. “Mi gordo”, como diría Francis, es un moreno alto, diez años menor que ella, empleado de Farmahorro.
Francis tiene suerte: no ha tenido que trabajar cortando pelo y tampoco vendiendo su cuerpo, los dos oficios más comunes de los más de diez mil trans que hay en Venezuela; encontró un lugar en el que es aceptada, querida y apreciada. Lejos de su refugio necrofílico en la ONG –lleno de imágenes religiosas, oscuras, bizarras; animales muertos; íconos pop; objetos kitch y cientos de libros de fotografía– hay un mundo donde la muerte aterra, la religión es un modo de vida y los transexuales causan fobia. Pero Francis, cual Rapuncel, se queda encerrada en su castillo y su príncipe la acompaña adentro.
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