DIOS VIVE EN LA PUNTA DE UN CERRO
by Alberto Iván Stewart Garay @astewartgaray
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DIOS VIVE EN LA PUNTA DE UN CERRO
LARGOMETRAJE
GUIÓN:
1. INTERIOR – COMISARÍA –DÍA:
Sentado frente al escritorio, vestido de Cristo y con las manos esposadas; Santiago (hombre grueso, pelucón y barbado, de aspecto moche. 50 años aprox.) escucha cabizbajo al comisario (40 – 45 años aprox., cholón, gordo, de anteojos).
COMISARIO
¿Así que tú eres Cristo?
Santiago levanta, lentamente la mirada, luego responde.
SANTIAGO
Ud. Lo ha dicho, comisario, no yo.
En el rostro del jefe de policía aparece una sonrisa.
COMISARIO
Yo sólo veo a un barbudo de cabellos largos con cara de papa, no por el Sumo Pontífice sino por el tubérculo peruano.
Hay un gesto de desesperación en el rostro de Santiago.
SANTIAGO
Voy a llegar tarde a la crucifixión.
El comisario abre la boca y lanza una carcajada, mira amenazador a su interlocutor.
COMISARIO
(CARCAJADA) ¡Esa sí esta buena!... yo no tengo porqué creer que eres el Jesús de la Semana Santa, o el Papa Noel de Navidad, ni que estás a punto de llegar tarde al Vía Crucis; porque esa cara no es de Cristo, más bien pareces un maleante cualquiera, un choro barbudo y pelucón.
El centurión, jefe de la hermandad Hermanos de Dolor (hombre gordo, calvo y mofletudo, 50 años aproximadamente, vestido con un burdo disfraz de soldado romano) ingresa apurado.
JEFE DE HERMANDAD
¡Permítame señor!... Yo puedo explicarle.
En los ojos del comisario se esboza un gesto de sorpresa.
COMISARIO
¿Y tú quién eres? ¿Poncio Pilatos?... Será mejor que hables bonito, me encantan las historias de Semana Santa.
2. EXTERIORES – CERRO SAN CRISTOBAL Y ALREDEDORES – DÍA:
El cerro San Cristóbal visto desde lo alto. El cielo gris deja escapar un sol ardiente hacia la punta, iluminando la cruz de cemento que pareciera asomarse al árido paisaje de la vieja Lima. Mezcla de sonidos y música del lugar matizan el panorama en torno a aquella cruz.
JEFE DE HERMANDAD (OFF)
Sólo Dios fue capaz de ponerlo en el camino de la procesión de Semana Santa.
Una respiración y los pasos de alguien que caminara cerca contribuyen a la confusión: el río Rímac al fondo, edificios viejos y carreteras, bocinas de auto y sonidos de motor, la zona populosa y turística de Lima, la vieja plaza de Acho con su mirador virreinal, algunos gallinazos revoloteando en torno, los pasos y la respiración, música más reconocible: chicha, criolla, fragmentos de algún bolero; la respiración y los pasos de un caminante.
JEFE DE HERMANDAD (OFF)
Él ya no lo recuerda.
La cruz del Cerro San Cristóbal, muchachos correteando con su pelota, personas ascendiendo por la estrecha pista, comerciantes de comida en carretilla, la respiración, los pasos, los pies de un personaje (Alvarito) que avanza vestido de jean y calzando zapatillas.
JEFE DE HERMANDAD (OFF)
Es inocente. No tiene culpa de nada.
Ladridos, una jauría de perros callejeros entre la tierra del camino. Negocios: talleres de mecánica con gente trabajando en torno a vehículos viejos, dos sujetos con cara de rateros toman cerveza en una esquina, se codean y miran de lado, sonríen.
3. EXTERIOR – CASA DE JUAN DE DIOS – DÍA:
La mano de Alvarito golpea sobre un viejo portón de latón y sobre el muro de quincha resalta la placa de la dirección: Canta 666.
Alvarito (25 años, flaco de pelo negro algo ensortijado, blanco y con sombra de barba en el rostro. Viste fino, una camisa colorida abierta desde el tercer botón y un jean) Mira hacia los lados con gesto de temor por los ladridos de los perros, las voces de la gente, el motor de los vehículos. Levanta el puño nuevamente para volver a tocar.
El desvencijado portón se abre de pronto con rechinar de goznes y chirrido de latón arrastrándose en la tierra. Una chola flaca y vieja se asoma hasta que el sol ilumina sus ojeras sobre un rostro hinchado y legañoso, viste un top de algodón sudado que hace resaltar su piel ajada.
ALVARITO
(OFF) ¿Está Juan de Dios?
MUJER
(SONRÍE MOSTRANDO UNAS ENCÍAS CASI DESDENTADAS) Ah sí… Lo ha estado esperando.
La mujer jala un poco más la puerta, viste una malla percudida y calza sayonaras. Alvarito se dispone a entrar.
4. INTERIOR – CASA DE JUAN DE DIOS – DÍA:
Ronquidos. La luz ingresa con el rechinar del latón de la puerta dejando pasar a Alvarito en la pequeña sala, en cuyos desvencijados muebles una señora de tetas arrugadas da de lactar a un niño.
Un viejo gordo ronca con la panza fuera de la guayabera y la cabeza tirada hacia atrás sobre el cojín despanzurrado del sillón, al lado de la señora que da de lactar.
Moscas bailotean sobre el rostro de Alvarito que las trata de espantar mientras la mujer vuelve a cerrar la puerta a su espalda oscureciendo el entorno.
Una cortina sucia y rotosa que cuelga sobre un dintel a manera de puerta, devela entre el revoloteo de las moscas, la figura de Juan de Dios (45 años, gordo, moreno, rengo por deformidad poliomielítica en una pierna. Viste una camisa mugrienta llena de lamparones de sudor y un pantalón bolsudo y viejo.) sonríe y avanza entre la nube de insectos que lo sigue, acercando su mano rechoncha y su sonrisa de niño.
JUAN DE DIOS
¡Alvarito Estojol!...
Alvarito recibe el saludo de Juan de Dios, quien lo toma del brazo y lo conduce hacia un sillón de forro grasoso que se hunde ante el peso de su cuerpo.
JUAN DE DIOS
Espérame un ratito y salimos, después te explico por el camino.
Alvarito sonríe y asiente con incomodidad, viendo alejarse a sus anfitriones. Su sonrisa se borra ante la molestia de las moscas y el gesto que denota el mal olor que golpea sus fosas nasales, se queda callado, observando el lugar.
El hombre con la panza fuera de la guayabera continúa roncando al frente suyo y la mujer de tetas arrugadas, a su costado, parece cabecear el aire, dormida mientras su bebé cuelga del pezón.
Sus ojos descubren entonces una pequeña ventana que deja ingresar una corriente de polvo flotando sobre un rayo de luz, una respiración se deja sentir con los pasos de alguien que caminara hacia el lugar, entre charcos de agua.
5. EXTERIORES – BASURAL AL BORDE DEL RÍO – DÍA:
La respiración humana, el agua que fluye y los pasos que avanzan por el horizonte de un botadero de basura sobre un amplio terreno árido en las márgenes de un río contaminado de aguas sucias, vapores hediondos, fuegos fétidos y animales enfermos revolviéndose entre los deshechos. La silueta de Santiago (50), desnudo y desgreñado, pelo apelmazado y barba hirsuta, loco, misérrimo, salvaje; al fondo del panorama.
El sol se retrata sobre el agua contaminada del río que fluye como los pasos que avanzan, la respiración entrecortada, la sombra del personaje opacando al astro y la mugre que lo circunda todo.
6. INTERIOR – CASA DE JUAN DE DIOS – DÍA:
Un rayo de luz cae sobre escritorios abarrotados de papeles entre los cuales el gordito rengo y la chola vieja buscan algo.
JUAN DE DIOS
¡Aquí los papeles viejos se reproducen como conejos! (ENCUENTRA EL DOCUMENTO Y LO LEVANTA PARA MOSTRARLO) ¡Esto es! ¿Ya ves?...
Siempre rengo, Juan de Dios pasa frente a Alvarito con el documento en la mano. Se dirige a la puerta y la abre con estruendo dejando ingresar la luz otra vez.
El rostro de Alvarito, desde el sillón, se ilumina obligándolo a cubrirse la vista haciéndose sombra con la mano y achinando los ojos.
Juan de Dios voltea desde el dintel de la puerta y abre los brazos, silueteado por el sol desde el exterior. Un acorde sagrado suena levemente en el ambiente.
JUAN DE DIOS
… ¡Déjalo todo y sígueme!...
7. EXTERIORES – BASURAL AL BORDE DEL RÍO – DÍA:
Música sacra y barroca –Apu Inka Atahuallpaman- el sonido de los pasos y la respiración de Santiago, anticipan su imagen emergiendo del basural en medio de un sol meloso.
Sus pies se hunden en el barro resbaladizo y putrefacto.
Él avanza por el punto exacto donde el vertedero aborta la luz del sol, parece parte de la basura cobrando vida como un ser monstruoso que empezara a moverse.
Un grupo de ratas grandes y gordas, como perros salvajes, sale de su nido bajo unas ramas de arbusto seco, junto al cauce del río.
Entre las greñas apelmazadas de su pelo, el rostro de Santiago muestra el gesto de haber visto a lo lejos abriendo los ojos y la boca, cuarteada y reseca.
Desde el promontorio terroso que se levantaba tras el barro del basural, el hombre desnudo corre, desciende del cerro a grandes trancos, dispuesto a la caza.
Las ratas huyen bajo las hojas renegridas del arbusto y entre las piedras que asoman tras espumarajos achocolatados que son parte del agua del cauce. El cuerpo de Santiago cae como un paquete sobre las ramas frágiles y muertas, levantando el arbusto con sus manos.
La última rata esconde su rabo pelado en un hoyo de tierra.
Santiago levanta las piedras con furia animal, dejando caer las ramas sobre el agua del pestilente río mientras un gruñido carrasposo escapa de su garganta.
SANTIAGO
(GRUÑE) ¡AAAARRGGGGG!!!...
Arrodillado, continúa gruñendo, empuñando la tierra.
SANTIAGO (OFF)
(SIGUE GRUÑENDO) ¡AAAARRGGGGG!!!...
La tierra empuñada se hace a sus manos, mimetizada con la suciedad, dejando escapar piedrecillas y mugre entre sus dedos.
Bajo la pelambrera pajiza y grasienta que enmarca su rostro, una costra verde se cuartea en sus labios. Sus ojos dejan escapar una lágrima.
Las ramas de aquel arbusto tienen espinas largas y puntiagudas, el agua surcando entre ellas pone en movimiento un trapo largo como mantilla, rojo bajo la tierra impregnada que el sol parece quemar al brillar sobre su superficie.
Santiago Se pone de pie y se acerca a desenredar el manto.
Una espina se le clava en el dedo y este sangra sobre la gruesa capa de pellejo curtido.
Santiago continúa jalando. Un ovillo de espinas incrustadas al trapo rojo sale separado de la rama y queda colgando de la tela, incluso cuando él logra, finalmente, sacarlo todo del agua. En cuanto logra separarlo de la tela, el nido espinoso, es un adorno para su enmarañada cabellera y el manto mojado es una prenda de lujo para su cuerpo desnudo.
Así vestido, avanza contra la corriente y se va hundiendo en el agua.
Su reflejo emerge de la corriente, parece Cristo.
Sus ojos continúan llorando.
A contracorriente, su reflejo lo observa: viste túnica roja y una corona de espinas sobre la enmarañada cabellera, se nota que ha sufrido mucho.
Santiago intenta tocar la imagen, estira la mano hacia el agua.
La corriente revienta contra su palma deshaciendo el reflejo.
Santiago llora.
SANTIAGO
(LLORA) ¡AAAA… AAA… AAAAY!!!...
La imagen emerge de nuevo.
Entre las greñas apelmazadas de su pelo, el rostro de Santiago muestra, detrás de su llanto, toda su furia contenida, antes de hablar.
SANTIAGO
¡Juro que si me sacas de esta mierda haré que otros también puedan ver tu imagen, tomaré tu rostro y cargaré tu cruz hasta que las fuerzas me lo permitan por el resto de mi vida!
Álgido momento en la melodía. Las aguas del río Rímac bautizan en su nueva fe al hombre que las contempla mientras su cauce sigue fluyendo.
8. EXTERIORES – CALLES DE LA VICTORIA – DÍA:
Juan de Dios renguea por las calles del populoso distrito de La Victoria, al lado de Alvarito Stockholm, quien lo sigue, escuchándolo hablar.
JUAN DE DIOS
¡Se trata de un gran evento! ¿Te imaginas lo que es dirigir a cien actores hasta lo más alto del cerro San Cristóbal?
ALVARITO
Dirigir a tanta gente es algo que nunca hice. ¿Cuánto piensa pagarme la Municipalidad por eso?
Juan de Dios se detiene y voltea el rostro, con gesto de extrañeza, hacia su interlocutor.
JUAN DE DIOS
¿Cómo, Wagner Ventura no te dijo? Debes tomar este encargo con profundo respeto, todos queremos que la representación de este año esté bajo la dirección de un verdadero teatrista. Por eso pensamos en Wagner Ventura, el director del Grupo Primavera, quien a su vez te recomendó a ti: Alvarito Estojol, nos dijo, un joven actor empeñoso con ganas de dirigir.
Alvarito contempla a Juan de Dios con cierta incomodidad.
ALVARITO
Es Stockholm, mi nombre es Álvaro Stockholm.
JUAN DE DIOS (OFF)
¿Cómo?...
ALVARITO
Nada, no importa…
Frente a frente, el hombre rengo y el joven teatrista.
ALVARITO
Hace mucho tiempo que no cobro por los trabajos que hago y si alguien me pagara por ellos, querría decir entonces que estos tuvieron algún valor. ¿No crees?
JUAN DE DIOS
¡El esfuerzo vale la pena, Alvarito!, este año se realizará una representación de la Vida y Pasión de Cristo en el atrio de la iglesia, antes de la caravana por las calles del distrito. Vamos a ir hasta el Rímac y comenzar con la ascensión que va a terminar con escenas de la crucifixión en los altos del cerro San Cristóbal.
Los papeles sucios, entre las manos de Juan de Dios, son desdoblados mostrando una caligrafía casi infantil, llena de manchones y garabatos. El documento pasa a manos del interlocutor que intenta leerlo.
JUAN DE DIOS
Mira, este es el proyecto: Si sale bien conseguiremos la partida del Municipio para el presupuesto de Semana Santa del próximo año. ¿Ves?... Si se queda como un evento anual dentro de los planes del Municipio, habrá trabajo siempre. ¡El cerro San Cristóbal es un lugar turístico, Alvarito!
Alvarito levanta la mirada del documento sucio y la eleva al horizonte.
Allá detrás de Juan de Dios, que lo mira expectante y sonriente, destaca el perfil del Cerro-mirador de Lima, sus faldas tugurizadas de viviendas rústicas, de asentamientos humanos ascendentes entre la tierra árida y las rocas, son coronadas por aquella cruz.
La mirada de Alvarito se ha quedado clavada en el horizonte.
ALVARITO
Crecí mirando ese cerro, todas las representaciones de la ciudad de Lima, tenían que tener de fondo al San Cristóbal; “el Santo Patrono de Lima”, el "Apu" de la Capital.
Crece el entusiasmo en la sonrisa de Juan de Dios.
JUAN DE DIOS
¡Imagínate! Trecientos actores ante la mirada fervorosa de un pueblo profundamente católico. ¡Cristo a lo largo de veinte kilómetros, cargando su cruz hasta lo más alto de Lima! ¡Bendiciendo la ciudad!
Frente a frente, el hombre rengo y el joven teatrista.
ALVARITO
No será un ritual gratuito, Juan de Dios, ni un acto de constricción para asegurar mi inmortalidad.
Con el cerro San Cristóbal en el horizonte, el hombre cojo y el joven actor continúan avanzando entre el tránsito lento de vehículos atrapados por la congestión. Carretillas de comerciantes de comida anuncian sus productos con carteles y los peatones sortean el tránsito correteando entre los autos. Juan de Dios le pasa un brazo por la espalda a Alvarito, obligándolo a seguir su paso rengo que los va alejando.
JUAN DE DIOS
En verdad, verdad te digo, que tu pago estará asegurado en el cielo y en la tierra.
9. EXTERIORES – ACANTILADO – DÍA:
Acantilado del borde de la ciudad, de cara al mar de la Chira, allí donde el río Rímac se convierte en vertedero y arroja todos los despojos de Lima hacia el océano.
Un camión destartalado está al final del horizonte, entre el agua sucia del río, el cielo y el mar; parece un esqueleto putrefacto. El humo a su alrededor, no proviene del motor, que aún se mantiene, visiblemente oxidado y desencajado dentro de su aboyada cajuela.
Santiago avanza vestido con el sucio manto corroído y su corona de espinas, como un náufrago que observa una isla en medio del océano, atravesando el aire viciado que evacua la ciudad hasta sus afueras.
Sus pies se mueven entre las piedras redondas del acantilado como si no pisaran, como si caminara en el aire.
Sus ojos se clavan fijamente en el objeto de su deseo y se acerca tranquilo pero emocionado. Se detiene y habla.
SANTIAGO
¡Levántate y anda!...
Santiago ingresa en la cabina sin asientos, llena de fierros retorcidos y oxidados.
El viejo timón es lo único que se mantiene casi intacto, del espejo retrovisor solo queda un pedazo de lata y un fragmento de vidrio; aparecen los ojos de Santiago reflejándose en él.
Entre las greñas apelmazadas de su pelo, el rostro de Santiago muestra el gesto de haber visto algo sorprendente.
En el espejo: Cristo habla desde aquella mirada, la corona de espinas afianzada ya a su frente transmite el dolor del desarraigo y de la muerte.
Sus ojos descienden, reconociendo la cabina.
Debajo del espejo descubre colgando una pequeña cruz, y más abajo, en la descentrada y abierta guantera sin tapa, oculta entre los fierros, una fotografía bañada en grasa negra y tierra.
Santiago toma la fotografía y la limpia con la punta de sus dedos.
Un rostro femenino emerge entre un tamiz amarillento. Es la imagen de la beata Melchorita, una mujer mayor, vestida de negro con una manta en la cabeza, una santa popular, parece una monja.
Santiago baja del camión con la fotografía en una mano, metiendo los pies en el agua mira hacia la ciudad y se despoja de su corona, una ráfaga de aire frío lo obliga a abrigar su cuerpo desnudo con el sucio manto corroído.
10. EXTERIORES – ASENTAMIENTO HUMANO – DÍA:
La madre (mujer andina, 65 - 70 años aprox., piel oscura, curtida por el sol, cabello entrecano y aspecto apacible de huesos fuertes, vestida de negro) se limpia el sudor de la frente con el dorso de la mano antes de clavar la mirada en el horizonte.
Al borde de un cerro arenoso, bajo un cielo entretejido de cables aéreos que envuelven el asentamiento humano como un gigantesco nido de arañas, aparece la figura de Santiago.
La mujer, tira el agua jabonosa al acequión y regresa con la batea cerca de la ruma de ropa que aguarda para ser colgada en el cordel. Deja el recipiente vacío sobre un cajón de fruta que estaba en el piso de tierra junto a otros sobre los cuales hay otra batea, llena de agua y con un blanco pañal de lino en remojo dentro de ella, y se deja caer sentada sobre un murito de ladrillos y cemento.
El sol cae a plomo sobre el paisaje polvoriento de aquel asentamiento humano en donde las casas apenas tienen cuatro paredes sin tarrajear, muchas, una cortina de estera y la más lujosa, una ventana de vidrio. Entre una y otra casa cuelgan los cables de electricidad sin más que un par de postes que los sujeten, provienen todos de una torre en forma de cruz bajo la cual muchachos famélicos y desnudos juegan con la cara sucia y los mocos como costra o máscara facial.
El rostro de la madre devela cómo ella reconoce en el acto, los pasos cansados de Santiago. Una respiración se deja sentir con los pasos de alguien que camina hacia el lugar.
LA MADRE
¡Ay hijito mío, ay hijito mío!...
Los hombres lo dejan pasar como quien ve cruzar a un perro vagabundo y carachoso, los niños le abren camino, se cuidan para no jugar por donde él anda.
La mujer se aproxima corriendo.
Los hombres vuelven el rostro para mirarlo, tratando de reconocerlo.
HOMBRE
¡Es el hijo de María!
Los niños se alejan aún más, asustados, como si recién tomaran conciencia de él.
NIÑO
¡Es un loco… y ella es su mamá!
La madre corre entre el polvo del camino con los brazos abiertos.
LA MADRE
¡Santiago!... ¡Santiago!
Los perros se ponen a ladrar.
El hijo de María ha aparecido, semidesnudo y desgreñado, vistiendo apenas un trapo rojo sobre el cuerpo.
María lo abraza sin ningún temor.
Santiago Levanta el rostro para reconocer la mano que acaricia su inmunda tez, siente la ternura de aquel contacto y se deja llevar, pues María lo coge del brazo y lo conduce hacia el lugar en donde ha dejado la batea. Los hombres, los niños y los perros los siguen asombrados.
Todos ven a María, con el rostro empapado por el sudor y por las lágrimas, conducir amorosamente a un pobre loco hasta hacerlo sentar en el murito de la vivienda junto a la cual unos postes de palo tiemplan cordeles de ropa puesta a secar. La mujer saca un pañal blanco chorreando de la batea que aguardaba sobre un cajón viejo y lo lleva al rostro del individuo para refrescarlo y limpiar la suciedad que ennegrece su piel.
La gente se amontona alrededor de la vivienda.
Santiago cabizbajo, en actitud pasiva, recibe de su madre la caricia que por largo rato cubre su rostro.
Un borracho tira su botella a un lado antes de aproximarse a la escena.
Mientras los niños se disputan un sitio entre las piernas de sus padres, una vieja se lleva los dedos a la frente y se santigua con profunda devoción.
María separa el trapo blanco de la cara de Santiago, entonces se descubren aquellos rasgos, como pintados en la tela. Es un rostro barbado semejante al rostro de Cristo.
La gente amontonada alrededor de la vivienda se sorprende, unos juntan sus manos, otros se santiguan.
VOCES
¡Milagro! ¡Milagro!...
Un niño traspone el muro y se acerca hasta tocar la tela roja que viste Santiago, quien voltea la cabeza y mira al pequeño, le sonríe.
Una mujer penetra el terraplén con un plato de comida entre las manos, un hombre viejo levanta suavemente a María por los brazos, mientras los vecinos rodean a su hijo.
El niño retrocede emocionado y Santiago lo deja de mirar y permite que otra madre ponga un pedazo de papa sancochada entre sus labios, comienza a comer.
El manto blanco con el santo rostro grabado en él se pierde de pronto de las manos de la madre y ella desaparece entre la multitud que se ha agolpado en el terraplén. Alcanza a gritar nuevamente el nombre de su hijo mientras el gentío la va alejando de su presencia.
LA MADRE
¡Santiago!...
El rostro de la madre se confunde con los rasgos de las otras mujeres, con la mirada de aquella y con las lágrimas de la de más allá.
Santiago se levanta y sus seguidores le abren camino, mira hacia delante.
Uno de los postes del asentamiento por los cuales roban la luz, es un palo de madera gruesa, como de tres metros de altura, clavado en medio del camino y atravesado por otro más pequeño en la parte alta; es una cruz.
Un camión cisterna llega por donde antes arribó el desconocido.
Santiago escucha el sonido que queda vibrando.
El aguatero hace vibrar el triángulo de metal que trae colgando cerca al tanque. Algunos corren, bidón en mano, hacia la cisterna.
Santiago se aleja hasta perderse en el horizonte arenoso de donde había venido, su imagen se distorsiona con el sol, elevándose de la tierra, sus pasos levitan y su figura se aleja transmutándose en la luz.
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juliowriter
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